¿Por qué el 9 de Julio debe considerarse un día mendocino?

¿Por qué el 9 de Julio debe considerarse un día mendocino?

El 9 de Julio de 1816 fue una fecha más referencial para Mendoza que el 25 de mayo, donde la noticia no solo llegó tarde, sino que el protagonismo de ese histórico momento giró sobre otros actores, con otros intereses y en otros espacios.

La declaración de la independencia era un proceso urgente.

El 9 de Julio, y la independencia declarada, es la fecha mendocina por excelencia debido al enorme protagonismo que le cupo a San Martín, al ejército en la provincia y a los hombres y mujeres de Mendoza. La provincia con San Martín, lideró el proceso político y militar. El 9 de Julio de 1816 fue una fecha más referencial para Mendoza que el 25 de mayo, donde la noticia no solo llegó tarde, sino que el protagonismo de ese histórico momento giró sobre otros actores, con otros intereses y en otros espacios.

Destino cruel de los intransigentes ante el poder. Injusto. San Martín después de su lucha, y soñar morir en Mendoza, de bregar por la independencia, tuvo que emigrar y cuando intentó volver en 1829 no pudo bajarse del barco porque lo matarían. La cruel y apasionante historia nacional.

La Declaración, el respirador ante el yugo monárquico

La Declaración era una urgencia, pues el proceso emancipador iniciado en mayo de 1810 demandaba una forma republicana para poder decidir sobre un sistema político propio, un nuevo marco de alianzas en el plano de las relaciones internacionales y el establecimiento de un renovado sistema económico. Además, San Martín necesitaba “un documento” que le diera crédito (lo legitimara) ante la lucha, permitiendo el reconocimiento externo de las Provincias Unidas, herramienta imprescindible para que el General San Martín pudiera movilizar su ejército fuera de las fronteras de nuestro país. “En nombre de qué y de quiénes pelean; si siguen dependiendo del imperio que combaten”; podría ser un sencillo pero contundente argumento.

La independencia y la historia

Generalmente solemos “recortar” la historia. Mostramos solamente la foto del día histórico, y se nos escapa de contexto el resto de la película. En el caso de la conmemoración del 9 de Julio, día de la Declaración de la Independencia, eso pasa frecuentemente. Obviamente, nadie podrá negar lo trascendente del día. Lo relevante. Lo histórico. Pero también, hay que volver a decir, que en ese Congreso que declaró la independencia, hubo “una previa” y “un after office” (de ese 9 de Julio) tan significativos que sin algunas anticipadas acciones (tan importantes como el paso independentista) hubiera sido imposible la Declaración o el mismo posterior sostenimiento de la Independencia.

El Congreso que empezó en Tucumán (una concreta obra maestra de la alta ingeniería política) buscó afanosamente “encontrarse” con la necesaria Declaración. Constituyó un punto de encuentro que posibilitó seguir transitando el camino. El debate parlamentario (previo y posterior) fue fundamental en la concreción de la futura independencia real (guerra mediante), porque aun lideres irrefutables de ese momento, como San Martín, necesitaron imperiosamente de la gestión política de dirigentes que comprendieron patrióticamente la coyuntura. Aun pensando diametralmente distinto. Agregaré: con un altísimo protagonismo mendocino.

Con la vieja ley de alquileres

Por unas monedas criollas; las primeras monedas “nacionales” no acuñadas por España y sin símbolos de la realeza, Francisca alquiló su caserón. Un puñado de “duros” y otras pocas “chirolas” bastaron para que ella se sintiera “bien pagada “.

A si fue como, por la predisposición de María Francisca Bazán de Laguna al alquilar su casa en la Calle del Rey 151 de San Miguel de Tucumán, se allanó un problema. El Congreso ya tenía lugar de reunión. Fue entonces que la natal tierra tucumana de los indios calchaquíes y diaguitas, Monteagudo, Lamadrid, Avellaneda, Roca, Alberdi, Álvarez Condarco, Benjamín Matienzo, Lola Mora, Ricardo Rojas, y más recientemente, de Mercedes Sosa, Palito Ortega, Tomás Eloy Martínez, García Hamilton, Miguel Ángel Estrella y el arquitecto Pelli, se convirtió en el centro de atención del antiguo virreinato, ante la atenta mirada del mundo político americano y europeo.

El resto de los congresales se acomodó donde pudo. En conventos. En los fondos de un almacén. En algunas habitaciones de la vieja casona histórica. En piezas de las seis “casa de citas” registradas que Tucumán tenía en ese entonces. O en las postas cercanas, ya que la provincia no contaba con hoteles.

No todos los congresales habían llegado al mismo tiempo. El viaje era largo y peligroso. Las huellas y caminos eran muy malos, mientras que los riesgos de robos, malones o enfermedades, fueron frecuentes. A tal punto que muchos congresales elaboraron sus testamentos antes de salir de su provincia natal. El viaje en carretas o galeras duraba semanas. Desde Mendoza a Tucumán, por ejemplo: un promedio de 3 semanas.

Hay quórum. La ardua tarea parlamentaria

De los congresales acreditados, 29 firmaron la Declaración. Entre los que no firmaron estaba Pueyrredón. Éste había sido designado Director Supremo e iba camino a Córdoba para reunirse con San Martín. Cuando llegó se enteró por San Martín de la declaración. Dos cosas: 1) siempre las noticias corren más rápido. 2) fue una prueba también de quién era el hombre fuerte del momento.

El Congreso empezó sus sesiones el 24 de marzo de 1816 y se trasladó a Buenos Aires el 4 de febrero de 1817. De 250 días hábiles, el Congreso sesionó en 239 oportunidades. Resaltemos que 60 de esas reuniones fueron secretas. Los sueldos mensuales de los congresales oscilaban en 90$ (un peón de campo 10$; un maestro 30$; un comisario 45$). Aclaremos que la mayoría nunca cobraron y que debían de hacerse cargo de todos los gastos.

La tarea fue ardua. La convocatoria tenía dos objetivos básicos: el fundamental era declarar la independencia. El otro, postergado: sancionar una constitución.

El mundo en contra

Restablecido en el trono español Fernando VII, derrotado Napoleón, formalizada la restauradora “Santa Alianza”, afianzados los portugueses en Brasil, sofocados todos los proyectos independentistas americanos surgidos de las luchas libertarias (Hidalgo y Morelos en México. Artigas en la Banda Oriental), más el rotundo fracaso de las campañas al Alto Perú, todo pintaba un oscuro panorama. Además, derrotadas las insurrecciones americanistas en Cartagena, Bogotá, Nueva Granada, Santiago y consolidada la elite aristocrática españolista en Lima, hacían de Buenos Aires la única ciudad capital de América que resistía al absolutismo, y de Mendoza, embrión de la campaña sanmartiniana, la última esperanza para concretar la anhelada emancipación.

La cuestión interna

Tan complejo como lo anterior, en el ámbito “doméstico” empezarán a subyacer dos posturas que surcarán el derrotero de la historia nacional. A las mal intencionadas dudas que generaba San Martín en el “establishment” porteño, se sumaba el divorcio entre dos grupos bien diferenciados:

1) El grupo porteño; sostenedores de una doctrina liberal, y cuyo principal objetivo político y económico era la hegemonía de Buenos Aires, y 2) El grupo criollo y rural; representante de los intereses del litoral o del interior mediterráneo.

Los dos grupos coincidirán en cuanto al ideal emancipatorio, pero eran irreconciliables en el campo de las realizaciones institucionales. Además, entre el litoral y Buenos Aires, el añejo pleito por la aduana y el régimen comercial de los ríos, generaban heridas que demoraran en cicatrizar.

El gran valor político de San Martín y sus operadores, fue la capacidad que mostró desde Mendoza para incidir en la elección de congresales. Fue una de las pocas asambleas nacionales en nuestra historia donde el interior tuvo mayoría ante la égida porteña.

La letra gruesa

El Congreso y su Declaración institucionalizaba “el orden” sobre “el desorden” provocado por los enfrentamientos armados y las luchas fratricidas, el empobrecimiento generalizado en las zonas rurales y en las ciudades, la absoluta falta de un liderazgo convincente y las desafortunadas estrategias militares. Y si bien en el Congreso de Tucumán no estaban representadas todas las provincias de la Nación, el grito de libertad se escuchó más allá de América.

Independencia, libertad y educación

Simplemente recordar: “No hay ejército más poderoso que un pueblo educado”. Es claro: “solo la educación nos hará libres”. Son palabras de patriotas, de congresales tucumanos, del ideario sanmartiniano. Siempre, independencia, libertad y educación; herramientas poderosas que deberían convertir actualmente a cada simple ciudadano en un poderoso “congresal” comprometido. Seguramente como en Tucumán, de ser así, las cosas serían muy distintas.

Por Prof. Gustavo Capone

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