Aquellos políticos de mayo de 1810, estaban muy enfocados en producir los cambios y generar sucesos trascendentes, más que en contarlos.
Uhmmm. No sé. Plaza llena. Paraguas. Mazamorreras. Aguatero. Dama antigua. ¿Serenos? Claro que todo eso sirvió para reafirmar la identidad nacional. Quién podrá olvidarse de aquellos emotivos actos escolares. Los reiterados ensayos de la puesta en escena. Los del coro (“de punta en blanco”) en las gradas. El amigo de barrio que por un ratito pasaba a ser Saavedra. La piba linda de sexto grado que nos gustaba a todos: majestuosa con ese peinetón de su abuela. El corcho quemado que teñía el rostro del circunstancial vendedor de velas. ¡Pericón Nacional!; trenzas, escarapelas, piano, patio lleno. La vieja, “el nono”, los primos. Una foto y la emoción. En el fondo, como sostuvo Rainer María Rilke (1875 – 1926): “la patria del hombre es la infancia”.
Siendo sincero, estoy seguro que aquellos políticos de mayo de 1810, estaban muy enfocados en producir los cambios y generar sucesos trascendentes, más que en contarlos. No deben haber tenido mucho tiempo; las balas iban y venían. A tal punto será que toda nuestra historia nacional conocida llegará primeramente hecha cuadros pictóricos, Billiken y relato, casi siete décadas después de la mano de “la educación patriótica”, inundando nuestras queridas escuelas como una necesaria herramienta para consolidar un proceso de “argentinización”. “En aquel cajón está tu foto”, para ocupar una partecita de la canción de Marciano Cantero, que nos retrotraerá nostálgicamente a “Aurora”, “Marcha de San Lorenzo”, glosas, pizarrones decorados, algún desfile, chocolate caliente, pregones, el recuerdo de quienes murieron temprano y siempre el Himno y la Bandera.
Por aquella foto, y por esos inolvidables históricos actos escolares, parecía que todo el proceso emancipador duraba mágicamente una semana, y que cada día reflejaba un hecho sintomático que desencadenaría irremediablemente en una resolución feliz y definitiva: el tan anhelado 25 de mayo. Mientras tanto, Buenos Aires se convertía en el centro de atención del mundo entero. Y así, buena parte de los rituales de ayer (con lo épico y necesario que estos ritos siguen teniendo para la composición de nuestra identidad) no han sido adecuados acorde a nuestro tiempo y a las nuevas circunstancias.
Cambiaron los gobiernos, se ampliaron los contextos políticos, se democratizaron los contenidos, se incorporaron derechos, ocupamos asombrosas tecnologías para su difusión, pero continuaron los macro enfoques puertocéntricos, que terminan devorando el curso de los sucesos de las historias locales, el rol de la mujer, la relevancia de los distintos grupos étnicos, los distintos sistemas de creencias, el lugar de los artistas, las economías regionales, los juegos infantiles, los santos populares y el papel de los pueblos de tierra adentro. Todo eso (en gran mayoría) fue invisibilizado. Ese proceso de subordinación cultural y centralización es lo que parece irreversible y sigue siendo un desafío.
“Las doce han dado y sereno”
El 13 de marzo de 1834 recién se creará el “Cuerpo de Serenos”. Un tiempito después de lo supuesto en nuestros relatos. Por aquel entonces, el reglamento del Cuerpo de Serenos establecía que estos cumplirían horario desde las 22 “hasta el primer cañonazo del alba”. “Debían rondar sus distritos provistos de un farol, pistola y silbato, cantando la hora y el clima que hiciera cada media hora, al son de la campana del Cabildo. No vestían uniforme y solo se los identificaba por el farol que portaban. Sus obligaciones incluían despertar a los vecinos que así lo solicitaran, llamar a médicos o sacerdotes y acompañarlos hasta los domicilios, detener a ebrios y sospechosos, avisar si había puertas o postigos abiertos y, en caso de incendio, tocar las campanas de la iglesia más próxima. El Cuerpo de Serenos, popularmente conocidos como ‘vigilantes de noche’, era costeado por el vecindario, por medio de una tasa denominada ‘impuesto de serenos’”. (Yayo Hourmilougue).
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Y bueno. No solo los “serenos” nacieron 24 años después de esa plaza del cuadro, sino cuando ya habían muerto (algunos misteriosamente, otros fusilados, otros suicidados, otros envenenados) casi todos: Moreno (en 1811), el cura Alberti (1811), Castelli (1812), Vieytes (1815), Belgrano (1820), Monteagudo (1825), French (1825), Saavedra (1829), Matheu (1831), Azcuénaga (1833) y Paso (1833). Vaya otro detalle, aunque menor (sin pretender desilusionar a los miles y miles de “serenos nocturnos” que actuaron en los actos escolares, entre los que me incluyo): cuando se anunció la Primera Junta era aproximadamente las 10 de la mañana y los que estaban allí ya sabían perfectamente de que se trataba.
Los chisperos y la vendedora de mazamorra
“Perdonen, caballeros, ¿esta es la famosa jabonería de Vieytes?”; habría dicho la señora vendedora ambulante. “Quisiera vender mañana mis productos caseros en Plaza de la Victoria. Me dicen que ustedes podrían darme permiso e interceder ante French y Beruti”.
En fin. La versión oficial sobre el 25 de mayo de 1810 recreaba siempre la ingenua repetida escena: tibios rayos de Sol otoñal asomando tras días de copiosa lluvia. El pueblo con sus paraguas congregados en torno al Cabildo esperando el desenlace libertario. Jóvenes apuestos (todos con patillas hasta el mentón; levita, galera y bastón) mostrándose preocupados porque nadie de los presentes quedara sin escarapelas. Esa bella dama vestida de verano en pleno otoño porteño. Y además aquella señora, robusta morochita de profesión mazamorrera, quien se encargaría de paliar la ansiedad de los presentes con sus exquisitos productos típicos. Por eso era tan necesario solicitar el permiso de “los chisperos”.
En realidad “los chisperos de los arrabales” (según Groussac) o “los infernales” fueron los agitadores políticos del momento. Eran bravos y “no andaban con macanas”. Los inmortalizados por la literatura y la historia fueron Domingo French y Antonio Beruti. Aunque había varios más. Eran la vanguardia antiabsolutista y reclamaban la inmediata revocatoria del poder del Virrey. Claramente identificados con el ideario de Mariano Moreno y con una fundamentada concepción “jacobina”.
Los sucesos de mayo.
Su actuación venía gestándose desde hacía tiempo atrás, y les cupo una intervención notoria en la convocatoria al Cabildo Abierto del 22 de mayo. Días antes habían ejercido una fuerte presión en la Plaza y fueron también quienes condicionaron las invitaciones y los ingresos a la mencionada reunión ampliada de los miembros del Cabildo que terminó “marcando la cancha” a Cisneros y generando una bisagra histórica en la vida nacional.
Escribir la historia
Así fue como la historiografía y la posterior transposición didáctica emanada de esas páginas fue condicionando la historia escolar. A mediados del siglo XIX los historiadores argentinos Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López mantuvieron una larga polémica sobre el modo de estudiar el pasado que dejó una huella profunda en la historiografía de nuestro país. Establecieron matices diferenciales, pues ambos respondían al mismo sector dominante y sostenían una visión puertocentrista. No representaban posturas ideológicas distintas. En 1881, López publicó “Historia de la Revolución Argentina”, que criticaba una obra anterior de Mitre: “Historia de Belgrano”. En ese mismo año, Mitre respondió a estas críticas en “Comprobaciones históricas acerca de la Historia de Belgrano”. Al año siguiente, López publicó “Refutación a las Comprobaciones históricas acerca de la Historia de Belgrano”, y Mitre replicó en su libro “Nuevas comprobaciones históricas”. Vanidades y matices de dos intelectuales de enorme fuste, aunque también discutibles.
Es por eso que no debemos olvidar que lo que empezó a discutirse en Buenos Aires en mayo de 1810 (mientras todavía jurábamos a nombre de Fernando VII y escondíamos la bandera de Belgrano) fue un proyecto de poder que interrelacionaba criollos y peninsulares buscando reemplazar un debilitado poder de la monarquía, carente de toda legitimación y autoridad. Pero también, un proyecto que intentará conjugar los intereses de dos sectores preponderantes, donde uno de ellos procuró alcanzar la independencia política influidos por el ideario ilustrado francés, mientras que el otro sector eran los que necesitan un nuevo pacto económico de la mano del librecambio que modificase el régimen mercantil favorable exclusivamente a los pocos comerciantes monopolistas.
Y muy tibiamente (como a lo lejos) aparecerá visibilizado en el contexto un tercer actor: la mujer y el hombre concreto; sujeto anónimo y social que miraba expectante el derrotero del momento. Ellos. Los otros; cuyo protagonismo se resaltará recién con la llegada de San Martín a Mendoza en 1814, marcando el verdadero comienzo de la revolución emancipadora en nuestra tierra.
De esos, pocos hablaron; más allá de que el Cabildo fuera más grande del conocido por el cuadro y que estuvo a punto de ser derribado varias veces. Más allá del color de aquellas escarapelas. Más allá del lujo que representaba tener un paragua (excentricidad exclusiva de la selecta aristocracia de esa época) y de lo carísimo que era comprar un litro de agua potable. Beneficio de muy pocos.
De aquellos “cosos”, en aquellos libros, poco hablaron. Ellos eran la mayoría silenciosa que sigue dando color a los actos escolares y sociales: veleros, aguateros, mazamorreras, guitarreros, soldados, bailarines, negros, indios, niñas, niños cantantes, y sobre todo la familia, los maestros y los estudiantes. Porque siempre sigue flotando la sensación que no nos contaron toda la verdad y que a la historia le faltaron los otros héroes anónimos de carne y hueso.
Gentileza de Prof. Gustavo Capone