Quién fue Severino Di Giovanni, el anarquista fusilado hace 93 años

Quién fue Severino Di Giovanni, el anarquista fusilado hace 93 años

Aficionado a la doctrina anarquista, fue periodista, tipógrafo y poeta. Rebelde y transgresor, fue ejecutado un 1° de febrero de 1931.

El anarquista italiano Severino Di Giovanni.

“Sin Dios, ni patria, ni amo”; el famoso lema anarquista. “Ni reaccionarios de derecha, ni la siniestra marxista: ANARQUISTAS”, fue un canto partidario que inundó las calles del mundo pretendiendo establecer una definición. Lo cierto es que el anarquismo había nacido en Europa a mediados del siglo XIX como una expresión política que combatía el capitalismo y a todas las estructuras jerárquicas y sociales del poder. Su referente Pierre Joseph Proudhon (1809 – 1865), lo había anticipado: “no más partidos, no más autoridad; libertad absoluta del hombre y del ciudadano: esta es mi profesión de fe social y política. Quienquiera que ponga su mano sobre mí para gobernarme es un usurpador y un tirano. Lo declaro mi enemigo”.

Esa voz ideológica rebelde llegará a Argentina, y durante un tiempo (finales del siglo XIX, principios del XX) el anarquismo se propagará como “el encendido de un reguero de pólvora”, sobre todo a partir del arribo al país del italiano Errico Malatesta (1853 – 1932). Las denominaciones de sus grupos contestatarios y disruptivos reflejarán una autopercepción de cómo consideraban que los miraba el poder y los poderosos: “El miserable”, “Los hambrientos”, “Los desautorizados”, “Los desheredados”.

Severino Di Giovanni

Italiano; nacido en 1901 en la región de Abruzos. Precisamente en Chieti, cerca de Pescara. Los escenarios europeos de posguerra lo marcaron “a fuego”. Percibir la pobreza, la desolación, el hambre, en carne propia lo convirtió en un transgresor incrédulo contra cualquier tipo de autoridad. Fue tipógrafo, periodista, poeta y maestro. Ya huérfano, emigrará a la Argentina, tras ser perseguido por “los camisas negras” del recientemente ascendido al poder italiano: Benito Mussolini.

Y llegará a Morón (Buenos Aires). “Con una mano atrás y otra adelante”. Viajará en tren diariamente a la capital porteña a trabajar como tipógrafo. Su acción sistemática contra los gobiernos de turno no se hará esperar. En 1925 entró al Teatro Colón e interrumpió el discurso del embajador italiano violentamente. Panfletos, bombas de estruendo e insultos a mansalva: “Embajador fascista y asesino”. En la sala también estaba el por entonces presidente Marcelo T. de Alvear: “presidente cómplice”. Y así, Di Giovanni y los anarquistas, se convertían otra vez en el centro de la escena nacional.

Al año siguiente, una bomba estallará en la vereda de la propia Embajada de EE.UU. Tendrá en jaque a la policía bonaerense por casi una década. La muerte en la silla eléctrica de los inmigrantes italianos, Sacco y Vanzetti, en Massachusetts (EE.UU.) durante 1927, le dará una nueva oportunidad de llamar la atención. El hecho había generado una gran conmoción general y era cubierto por una constante difusión periodística internacional y nacional. Una aureola piadosa cubrirá popularmente a los fusilados. Los anarquistas se aprovecharán de eso, redoblando su prédica contra los avasallamientos del poder.

El primer fusilado: Joaquín Penina

El 6 de setiembre de 1930 el general José Félix Uriburu librará el primer golpe de estado en la historia nacional contra Yrigoyen. A día siguiente ordenó “pasar por las armas” a cualquier persona que divulgara ideas contrarias sobre el gobierno de facto recién constituido. El joven canillita y albañil español Joaquín Penina será la primera víctima. Pasaron solo 5 días desde que “Von Pepe” (como le llamaban a Uriburu por su admiración al régimen alemán) había llegado al gobierno. Una orden del jefe de policía de Rosario, teniente coronel Rodolfo Lebrero, del 11 de septiembre de 1930, determinó el fusilamiento de Penina. Fue en los barrancos del río Paraná junto al Puente de Saladillo. El cuerpo del joven anarquista español nunca apareció, inaugurando la triste tradición argentina de las desapariciones forzadas de personas.

Roberto Arlt: el testigo

Alguien delatará que Di Giovanni estaba en una reunión clandestina a los fondos de una imprenta ubicada en avenida Callao. “Alto ahí, anarquista de mierda”, le gritó un policía, mientras comenzaba un tiroteo cruzado, que llenaron de balas el centro porteño. Persecuciones y corridas hasta que Di Giovanni caerá herido. Será llevado a la penitenciaría nacional e interrogado bajo tortura. “Sepan Uriburu y su horda fusiladora, que nuestras balas buscarán sus cuerpos. Sepa el comercio, la industria, la banca, los terratenientes y hacendados que sus vidas y posesiones serán quemadas y destruidas”. Era el texto de su último panfleto y su sentencia de muerte. Será fusilado el 1 de febrero de 1931.

“El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quién sabe! El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate. Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar. Ha formado el blanco pelotón fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita: “Venda no”.

Roberto Arlt

“Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso. Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?”.

– Pelotón, firme. Apunten.

La voz del reo estalla metálica, vibrante:

¡Viva la anarquía!

¡Fuego!

“Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas. Fogonazo del tiro de gracia.

Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero martillea a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y con zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.

Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez, de Última Hora, Enrique González Tuñón, de Crítica y Gómez de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la Penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:

Está prohibido reírse.

Está prohibido concurrir con zapatos de baile”.

(Fuente: Arlt, Roberto. Obras completas – Buenos Aires. Omeba, 1981. En: Pigna, Felipe: “Los Mitos de la Historia Argentina III”. Buenos Aires. Planeta, 2006).

Gentileza del Prof. Gustavo Capone

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