“José Francisco ha nacido hace poco. Es un niño. Un chaval. Y sus primeros pasos por aquella selva mesopotámica no debieron haber sido muy distintos a lo que podríamos imaginarnos hoy”. Lo escribí hace muchísimo tiempo para una charla con colegas de escuelas primarias.
“Corre descalzo aquel pibe chiquitito. Juega con ramas de ñandubay entre arroyos y carpinchos. Salta, brinca y trepa. Se cae de una higuera que viste la huella de una reducción jesuita en Corrientes. Llora. Ahora se ríe. Le tira piedras a un camalote, ahuyenta con su manito un tábano y persigue una gallareta. Mientras Doña Gregaria Matorras del Ser le pasaba, para que se refresque, una jarra de tereré. Es “el cholito” José de San Martín. Tiene dos años. Recién aprendió a caminar, y seguramente tendrá muy poco margen para disfrutar esa espontánea gracia que ofrece el beneficio de ser un niño. Todo se pasará muy rápido”.
Siempre me intrigó esa faceta infantil que la gloria del héroe disimuló. La historia nos mostró poco de ese tiempo sanmartiniano. Seguro estuvo eclipsada por el hombre gigante que permanentemente fue.
Sin cumpleaños feliz
Al poco tiempo de haber llegado al mundo dejará su lugar de nacimiento. Esa cálida Mesopotamia lo verá partir con sus cuatro hermanitos mayores. Cambiará de hábitat; se mudará de casa; abordará un barco; ingresará a una escuela con perfil de seminario; se hará cadete militar y a los once años ya estará preparándose para meterse de lleno a un frente de guerra.
Sin amigos de “la esquina”, ni barrio identificativo. Una infancia prácticamente inexistente, trotando mundos y surcando mares. “De golpe y porrazo”, el cholito José se hizo un hombre grande y un soldado. Tenía solo once años. Foto lejana para cualquier pibe de esa edad que en la actualidad estaría empezando sexto grado.
Y así fue su vida. Nació en Yapeyú (la tierra del “fruto maduro”, para los nativos guaraníes). Sobresaltando momentos hilvanará una vida intensa.
Yapeyú, Corrientes; 1778
Dicen que dijo Doña Gregoria que el cholito José era el que menos dolores de cabeza le había ocasionado en la crianza de todos sus hijos. Vaya a saber. Lo cierto es que el menor de los San Martín Matorras nació un 25 de febrero de 1778.
Juan de San Martín, su padre, por ese 1778 era el gobernador de Yapeyú. Esta “reducción” (concentración de nativos en una aldea) había sido fundada en 1627 por los jesuitas con el nombre de “Nuestra Señora de los Santos Reyes Magos de Yapeyú” o “Nuestra Señora de los Tres Reyes de Yapeyú”. Era un centro agropecuario – ganadero, productor de algodón y tabaco en la amplia zona que comprendieron las misiones jesuitas, y que tras decisiones de la corona (expulsión de la orden jesuita) había pasado a los dominicos.
Don Juan, nacido en Palencia, España. Había llegado a América del Sur en 1764 buscando ascensos y mejores sueldos, creyendo que las colonias españolas americanas brindarían más oportunidades que la metrópoli europea.
Luego de haber estado un tiempo en Colonia del Sacramento, fue destinado a la estancia y calera de Las Vacas, uno de los tantos establecimientos que los jesuitas tuvieron que dejar luego de su expulsión en 1767.
Un hecho curioso fue como se casaron los padres de José de San Martín. Don Juan había conocido a Doña Gregoria en España. El viaje de éste hacia América los había separado y tuvo que casarse “por correspondencia”, extendiéndole un poder por el correo oficial ultramarino a los capitanes Juan Francisco Sumalo y Juan Vázquez, como también al teniente Nicolás García Hermete, para que la desposasen a Doña Gregoria en su nombre (1 de octubre de 1770). Y en un viaje que el primo hermano de Gregoria, Gerónimo Matorras hizo a Tucumán, para asumir como gobernador y capitán general, la trajo con ella para reencontrarse con Juan y así comenzaron los padres del General una vida juntos que los asentó en Yapeyú. En ese contexto llegará al mundo el libertador San Martín.
Una rebelión nativa contra Don Juan tras un castigo a un jefe indio, el asesinato de indígenas de la aldea, la pérdida de ganado, los conflictos internos en las misiones, fueron circunstancias que minaron la gestión y su reputación. El final estaba cantado. Los San Martín indefectiblemente dejarán Yapeyú.
El viaje interminable
De esa selva correntina a las incipientes luces de Buenos Aires. Desde la porteña casa sobre la actual calle Piedras, a cuadras del cabildo bonaerense cuando tenía cuatro años, hasta emprender el viaje en la fragata Santa Balbina a tierras europeas donde revoluciones y chimeneas (proceso iniciado por las convulsiones políticas del momento surgidas en Francia de 1789 y en la transformación social e industrial de Inglaterra) lo recibirán en España para llevarlo a la guerra contra los moros en el norte de África.
Para entonces, cuando algunos a la edad de San Martín empezábamos el colegio secundario, él llegará hasta Argelia tras ser convocado para defender la plaza de Orán (que había sido sitiada por décima vez por los ejércitos árabes de Mohamed Ben Osman desde su toma en 1732 por los españoles) con el Regimiento de Infantería de Línea Murcia, escuadrón “El Leal”, cuyo batallón militar tenía uniforme blanco, con cuello y botamangas azul celeste. Vaya paradoja, como sí premonitoriamente esos colores (blanco y celeste) lo estuvieran marcando para siempre.
Ahí se hará “Granadero”, a pesar de no corresponderle por su edad, y tendrá la temeraria misión de desactivar minas y granadas que el ejército moro había colocado para volar los muros del fuerte español. Era un “chaval” de Málaga, pero ya había tenido escaramuzas bélicas un año antes en Melilla, otro enclave español sobre las costas marroquí del Mediterráneo, pero será Orán su bautismo de fuego (25 de junio de 1791).
Cuando la realidad supera la ficción
En su tiempo bajo bandera imperial española participará en 17 acciones de guerra: Plaza de Orán, Port Vendres, Baterías, Coliombré, fragata de guerra Dorotea en un combate con el navío británico El León, Torre Batera, Cruz de Yerro, Mauboles, San Margal, Baterías de Villalonga, Bañuelos, las Alturas, Hermita de San Luc, Arrecife de Arjonilla, Batalla de Bailén, combate de la Villa de Arjonilla y en la Batalla de Albuera.
Conoció el riesgo de perder la vida en tres ocasiones más: entre Valladolid y Salamanca, en el pueblito de Cubo del Vino, municipio español de la provincia de Zamora al ser asaltado por cuatro bandoleros en un solitario camino cuando pretendieron asaltarlo; en Cádiz, al ser confundido con el general Solano por una multitud enardecida y en Arjonilla, donde lo salvó el soldado Juan de Dios.
Fueron 22 años de servicio militar, luchando por España contra los moros en África; por tierra o a bordo de un barco. Contra los ingleses, portugueses o franceses. Estando prisionero. Cruzando los Pirineos o peleando a bordo de una fragata en las costas de Cartagena sobre el Mediterráneo. En la selva o en los desiertos.
Hace un tiempo escribí un cuento donde humildemente, pretendiendo honrarlo, le llamé: “San Martín, el siete vidas”, vinculado a su enorme capacidad para “torear” a la desgracia fatal. Obviamente quedé corto.
En ese relato presentaba las múltiples circunstancias en que la muerte lo miró de reojo. Aunque en realidad a las menciones anteriores le faltaría sumar, los arduos años que pronto llegarán arriesgando constantemente “el pellejo” por nuestra patria, desde la mítica caída de su caballo sufrida en San Lorenzo hasta el frustrado regreso en 1829 después del fusilamiento de Dorrego, pasando por los intentos de asesinato, traiciones y persecuciones.
Atravesando “las de Caín”, y soportando otras “pestes” que lo achacaron y acompañaron toda su vida. De esas también salió airoso: el asma, la bacilosis (una especie de tuberculosis), el reuma, la úlcera, la gastritis, las hemorroides gangrenadas, insomnio, un constante estreñimiento y cataratas en sus últimos años, conjugaron un combo de otras duras batalla que también debió librar.
La nueva idea libertaria
Será en aquellas lides europeas cuando San Martín conoció al escoses James MacDuff, el IV Conde de Fife, un liberal y masón que alistó voluntarios en las revolucionarias guerras peninsulares contra Napoleón desde 1808, y quien lo introducirá en las logias que pelearían para conseguir la emancipación americana.
Desde ahí, la historia es más conocida: la casa de los diputados de Venezuela en Grafton Street (Londres), morada de Francisco de Miranda, el precursor de “los libertadores” y la consolidación de aquella comunión de ideas libertarias junto a Luis López Méndez, Andrés Bello y Vicente Rocafuerte.
Después vendrá el derrotero que ya escuchamos en la escuela. El viaje en la fragata Canning. La llegada a Buenos Aires en 1812. “Los Granaderos” criollos. San Lorenzo. Cabral, el soldado heroico. Mendoza. Los Andes. Chile. Mendoza. Perú. Siempre Mendoza. El exilio.
Gentileza del Prof. Gustavo Capone