El próximo 28 de abril comenzará el juicio oral y público del asesinato de lesa humanidad a Wenceslao Pedernera. Así lo anunció recientemente el Tribunal Oral Federal de La Rioja
Gustavo Capone
He aquí el caso de un obrero de finca, padre de familia, militante barrial, que el 25 de julio de 1976 fue acribillado de más de 20 balazos delante de su mujer y sus pequeñas hijas. El Tribunal Oral Federal de La Rioja anunció que el 28 de abril comenzará el juicio por del asesinato de lesa humanidad a Wenceslao Pedernera.
“El puntano” que trabajaba en la bodega Gargantini
Ese era Wenceslao Pedernera. Uno de los tantos que llegó a Rivadavia (Mendoza) a ganarse “el mango” con la uva y se radicó con la intención de armar una familia, tener un trabajo digno y forjarles un futuro a los suyos.
Había nacido en La Calera, San Luis, y se vino al este mendocino buscando una alternativa laboral que mejorara aquel presente. Era un típico “golondrina”. Recaló en la prospera firma “Gargantini”. Corrían los años 50.
Por entonces, en tiempos de vendimia, la empresa rivadaviense llegaba a albergar hasta 1.200 operarios. Ese carril Florida del distrito Los Campamentos en torno a donde vivió más de una década era un hervidero, decenas de emprendimientos vitivinícolas, frutihortícolas y oliviticos redondeaban un paisaje creciente y productivo. La zona invitaba a quedarse.
Fue allí donde Pedernera conoció a Emiliano Cornejo, contratista de Gargantini. Y no solo comenzó a trabajar con él, sino que también se casó con “la Coca”, su hija, de cuyo matrimonio nacieron sus tres niñas rivadavienses: “la María Rosa, la Susana y la Estela”.
Aquellos emprendedores como Gargantini, eran esos benefactores patrones que hicieron: escuelas, barrios, bibliotecas, clubes, centros de salud, una maternidad, y además una capilla. Y fue en esa capilla, donde tras una “novena” a la Virgen de la Carrodilla, Wenceslao comenzó su prédica barrial y evangelizadora motivado por los misioneros que cada tanto visitaban la capillita. En ese contexto, conoció a dos santarrosinos: Carlos Di Marco y Rafael Sifré que trabajaban en la animación del cooperativismo rural. Posteriormente, también perseguidos y secuestrados.
El Movimiento Rural Diocesano: “Con un oído en el pueblo y el otro en el Evangelio”
“Yo a los curas no los quiero”; cuentan que le habría dicho a “la Coca”. Pero vaya si el amor es más fuerte. No solo “lo casaron” por iglesia, sino que al poco tiempo daba catequesis, y seducido por la prédica de Angelelli se incorporó al Movimiento Rural de la Acción Católica.
Será en La Rioja donde su tarea evangelizadora se multiplicará. Había dejado todo lo conseguido en Rivadavia y se mudó con su familia a Anguinán donde realizaba trabajos para una finca. Más tarde se mudó a Sañogasta y de ahí a la parcela “La Buena Estrella”. Por ese entonces, y paralelamente, en Mendoza el obispo era Olimpo Santiago Maresma, quien ostentaba un perfil netamente más conservador, llevando adelante una pastoral menos comprometida con la opción popular como sostenía y promovía Angelelli.
Pedernera optó por ese camino. Siguió a Angelelli. Ahí centró su militancia pastoral. Animando la promoción del trabajo cooperativo, la defensa de los derechos de los peones y la mejora de sus condiciones de vida. Se quedó en La Rioja junto a una Iglesia que había optado por estar junto a los pobres y marginados. Por ende, se convirtió en sospechoso y perseguido.
Marzo de 1976: el comienzo del fin
Ese otoño fue igual en todo el país. La impunidad y la tortura comenzaron a ser la moneda corriente que invadió nuestra nación, signando días oscuros, impregnados de terror, atentados, persecuciones, secuestros y muertes.
Aquellos militares dividieron el país en cuatro zonas estratégicas. Una zona para cada comando de ejército, ejecutando un poder paralelo a los de factos ejecutivos provinciales.
Al general Luciano Benjamín Menéndez, comandante en jefe del Tercer Cuerpo del Ejército, le tocó la “faja paralela a Los Andes”, que incluía a la provincia de Mendoza y La Rioja.
Confusión, complicidad y muerte
El desenlace final estará lleno de trágicas circunstancias. Lo perseguían a Pedernera, pero el objetivo de aquel “grupo de tareas” era buscar al cura francés de la parroquia de Chilecito, André Serieye. No pudieron encontrarlo. La pesquisa siguió y se dirigieron hasta Sañogasta, donde residía Wenceslao. Llegaron al anochecer, él les abrió la puerta. “No sé dónde está”, respondió cuando preguntaron por el cura francés.
Ese fue el final. Lo mataron frente a su esposa y sus tres niñas. Lo acribillaron sin mediar otro comentario. “No le dieron tiempo a terminar de comprender, a entender de qué se trataba la cosa. Llenaron su cuerpo de balas y allí quedó, tendido en el umbral del sueño que comenzaba a acariciar. A mi madre alcanzó a decirle: no odien; perdonen”. (testimonio de Susana, su hija que aún vive en Rivadavia).
El asesinato fue en la madrugada del 25 de julio, a cuatro meses del comienzo de la dictadura. Una semana antes, el 18 de julio habían matado en Chamical, luego de secuestrarlos y torturarlos a los sacerdotes Murias y Longeville, también seguidores de Angelleli. El 4 de agosto el mismo obispo Enrique Angelleli será asesinado en medio de lo que pretendió ser un hecho disfrazado como un accidente de tránsito, cerca de la localidad de Punta de Los Llanos, cuando regresaba hacia la capital riojana.
Tres días después de la muerte de Angelelli, un grupo de sacerdotes le dirigió una carta a Raúl Primatesta, arzobispo de Córdoba y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, instándolo a hablar en defensa del clero. El cardenal aconsejó la “prudencia de las serpientes” y recordó que “hay un tiempo para hablar y un tiempo para callar”. Mientras tanto el cardenal Juan Carlos Aramburu señaló: “Para hablar de crimen hay que probarlo y yo no tengo ningún argumento en ese sentido”. Sin embargo, y sobrepasando los pedidos de silencio de la misma curia, algunos prelados como Carlos Horacio Ponce de León, Jaime de Nevares, Jorge Novak y Miguel Hesayne denunciaron el asesinato.
Beatos y mártires
La Iglesia Católica beatificó en 2019 a Enrique Angelelli, Obispo de La Rioja, a Carlos de Dios Murias, franciscano conventual, a Gabriel Longueville, sacerdote misionero, y al catequista Wenceslao Pedernera. Todos asesinados por la dictadura.
En algo más de un mes un tribunal federal de La Rioja tendrá la posibilidad de reparar una herida todavía abierta.