Fue la Luna, uno de los iniciales ordenadores del tiempo en los que el hombre se apoyó. En el fondo, debió ser eso: “¿cómo medir el tiempo?”.
Un rasgo humano fue la obsesiva necesidad por medir el tiempo. Con seguridad, después de la conciencia, debe ser la manifestación antropológica más característica como especie, ya que una de las primeras cosas de las que fuimos conscientes fue, sin duda alguna, de nuestra mortalidad.
El tiempo inmediato lo medimos con el reloj y el tiempo más amplio lo controlamos con el calendario. Mientras tanto, nos deslizamos por años, meses, semanas, días, horas, minutos y segundos. Este modo de medir la temporalidad es relativamente nuevo. Tiene solo, unos pocos miles de años. Parece una ironía. Pero no siempre fue así.
Fue la Luna, uno de los iniciales ordenadores del tiempo en los que el hombre se apoyó. En el fondo, debió ser eso: “¿cómo medir el tiempo?”, una de las primeras grandes batallas culturales en los albores de la historia de la humanidad que mujeres y hombres debieron librar.
Y ahí apareció la Luna. ¿Qué buscaban aquellos primitivos prehistóricos al medir el tiempo? Seguramente, algunos parámetros de regularidad, que les permitiera cierta previsibilidad para tomar las mejores determinaciones. Vigente aún. Poder medir el tiempo les brindaba dos destrezas sustanciales para una mejor sobrevivencia y supremacía humana: estabilidad mental e inteligencia emocional para reinventarse cotidianamente. Así se organizaban. Preveían. Planificaban. Pensaban. Ahí la diferencia. Lo termina de decir en sus últimos libros: Yuval Hoah Harari. Vale para el hombre de Cro – Magnon como para el actual; y entre ellos, siempre la Luna.
Mirando el cielo
Existe un mito que la literatura y la historia convirtieron en muy popular, por el cual los seres humanos desde la más distante Antigüedad vieron su vida reflejada en el “eterno retorno” del satélite terrestre. La Luna, como ese gran espejo que reflejaba el nacimiento, el crecimiento en su máxima plenitud, la disminución hasta hacerse casi invisible (“el menguante”) y el nuevo renacimiento. Probablemente es “la historia circular” de Jorge Luis Borges o serán “los ciclos” de los cuales también hablaban Vico, Maquiavelo o Polibio. Lo cierto fue que hace 40.000 años, en la etapa final del paleolítico (primer largo tiempo de la Edad de Piedra), una persona estaba mirando al cielo; imaginamos, sorprendido. Lo debió haber hecho durante varias noches. Ese empírico astrónomo y cronógrafo, observaba salir y ponerse la Luna diariamente. No siempre era igual. Sus fases iban mutando. Por lo tanto, grabó en un hueso de un animal muerto los cambios que percibía cuando la Luna estaba llena, semillena y completamente oscura. Era una información útil para su clan o su tribu. Había más luz para cazar con esa luna plateada. La pleamar y la bajamar se hacían más intensas. Y cada seis lunas plateadas (llena) se iban los vientos frescos y llegaban los aires cálidos. Nuevos colores aparecían. El hueso de uro (un toro muy grande, ya extinguido) hallado en Abri Blanchard (Bordoña, cerca del Valle de Vezère, al suroeste francés y uno de los lugares de mayor concentración de arte rupestre de Europa) presentaba 69 imágenes que llevaron al arqueólogo estadounidense Alexander Marshack (1918 – 2004) a considerar que las incisiones en el hueso corresponderían al paso de la Luna, día a día, por sus diferentes fases durante ese período de 69 días: llena, media, creciente y nueva.
Será por eso que en las antiquísimas raíces indoeuropeas la Luna era conocida como “me”. En sánscrito fue “mâs”; “méne” para los griegos; “mensis” en latín. En todas las lenguas significaba: “yo mido”. Es decir, la Luna era útil para medir. De ahí: “mes” y los distintos calendarios lunares que fueron creados por las distintas civilizaciones.
La Luna a través del tiempo
Para los mayas, la Luna es Ixchel, la gran diosa madre, que controlaba la creación de la vida y la fecundidad. El calendario maya fue elaborado a partir de la observación lunar. Ixchel (“la mujer arcoíris”) se manifestaba en cuatro colores: rojo, blanco, negro y amarillo, que representaban los distintos rumbos del universo. Fue una férrea defensora del género. Se la presentaba junto a un conejo. Era la protectora del agua y la medicina. Tenía también una versión maléfica, donde una imagen de ella, vaciaba una vasija llena de cólera sobre el mundo tras haber sido agredida. En su cabeza había una serpiente y simbolizaba además la deidad de la venganza.
En los aztecas, la Luna es Coyolxauhqui (‘la adornada de cascabeles’). Coyolxauhqui era hija de la diosa madre Coatlicue (“la vida y la muerte”). El mito dice que cuando Coatlicue dio a luz a Huitzilopochtli (“la guerra”), Coyolxauhqui, se puso furiosa al sospechar que su madre estaba embarazada de un desconocido (en realidad míticamente fue embarazada por una bola de plumas que cayó desde el cielo y ella guardó en su vientre). Entonces Coyolxauhqui dirigió a sus hermanos (“los cuatrocientos surianos”) hacia el pueblo de Coatepec (“el cerro de las serpientes”, actual Veracruz), donde se encontraba la madre, para matarla y redimir la ofensa.
Al llegar los hijos a Coatepec, Coatlicue, había ya había parido a Huitzilopochtli, quien vestido de guerrero nació para defender a su madre. El dios venció a sus hermanos, decapitó a su hermana, mandó su cabeza al cielo para que su madre pudiera verla cada noche y arrojó su cuerpo por la montaña. Así fue como Coyolxauhqui se convirtió en la representación de la Luna y sus 400 hermanos pasaron a representar las estrellas, mientras Huitzilopochtli se convirtió en el Sol, que cada día vence a la Luna.
Mama Quilla ( “Madre Luna”) representó en la mitología y religión Inca a la diosa lunar. Era la hermana y esposa de Inti (el Sol). Hija de Viracocha y Mama Cocha. Fue madre de Manco Cápac y Mama Ocllo, fundadores míticos del imperio y la cultura inca. Era la diosa del matrimonio. Fue la madre del firmamento, marcaba el tiempo de las cosechas y asumía la protección de todo el universo femenino. Para algunas corrientes del pensamiento contemporáneo fue simbólicamente la primera “feminista”. Los mitos que rodearon a Mama Quilla incluyen que lloró lágrimas de plata y que los eclipses lunares fueron causados cuando fue atacada por un animal feroz que encarnaba la injusticia.
Para los antiguos mesopotámicos la Luna fue representada por Sinai, que tomaba la forma de un anciano con cuernos y barba, montado en un toro con alas. Era hijo de Enlil (el viento y el cielo) y de Ninlil (diosa del aire). En esta mitología, la Luna representa la sabiduría, además de estar ligada a la fertilidad y al ciclo menstrual. Fueron los sumerios quienes establecieron un calendario con elementos que llegan hasta hoy: la hora de 60 minutos y el día de 24 horas.
La mitología griega reflejó la Luna como símbolo del poder femenino, de la naturaleza, la fertilidad y la virginidad, cuyas deidades principales fueron Artemisa y Selene.
En Egipto no solo la Luna estuvo relacionada con la fertilidad, también se la vinculó a la sabiduría y las matemáticas. Jonsu, “el viajero nocturno”, fue el antiguo dios egipcio de la Luna. Junto con Thoth marcó el paso del tiempo.
En la cultura china, la Luna (“Heng’e”) sostenía la unión familiar, además de la paz y la prosperidad. En Japón, la Luna (“Tsuku”) se contemplaba como dadora de cosechas y prosperidad.
En la actualidad, la Luna sirve para determinar fechas del calendario, como el Pesaj judío, el Radamán musulmán y las Pascuas cristianas.
Así el calendario judío regulará los meses de acuerdo con la luna. Como dice el Talmud: “Las otras naciones cuentan de acuerdo con el sol, pero Israel cuenta por la luna”. O en comienzos del islam, cuando no existían símbolos, ya que los musulmanes prefirieron prescindir de ellos. Tanto el Corán como en la Sunnah no se mencionan. En la época del profeta Mahoma (570 – 632) las tropas que iban de campaña usaban banderas del mismo tono como medio de identificación. Eran lienzos blancos, negros o verdes en los que no había símbolos. Entonces, ¿de dónde vino la luna creciente? Su aparición está asociada con el fundador del Imperio Otomano: Osmán (1258 – 1326). Según la leyenda, en 1299, Osmán tuvo un sueño. Imaginó una luna creciente que se extendía de un extremo a otro de la tierra. Tomando lo que vio en el sueño como un buen augurio, Osmán hizo de la media luna un símbolo de su dinastía. Mientras que para los cristianos la Luna representó bíblicamente la luminaria principal que Dios dispuso para que “señorease en la noche”, según el Libro de Génesis.
Gentileza del Prof. Gustavo Capone